Comentario
En Hispanoamérica se realizó una extrañísima política educacional, que consistió en crear colegios para los indios y mestizos, raramente -como el famoso colegio de San Bernardo de Cuzco- para españoles. Se completó luego restringiendo el acceso a la universidad a quienes no fueran españoles y criollos. Jamás se explicó la razón de ello, pero posiblemente radicó en el hecho de considerar la educación (no existía naturalmente la separación posterior entre enseñanza primaria, elemental y universitaria) como instrumento para la conversión del pagano en cristiano. Los hijos de los españoles y criollos ya eran cristianos y nadie se preocupó por ellos, salvo algún que otro cabildo esporádico, que autorizó la creación de escuelas públicas. Lo normal es que aprendieran a leer, escribir y rudimentos de latín en la familia, comúnmente con el pariente cura. También quedaba el recurso de enviarlos a los colegios de los indios.
La enseñanza se impartió en los colegios de las órdenes regulares. El primero se fundó en Santo Domingo el año 1513, anexo al convento de San Francisco. A mediados del siglo XVI, los franciscanos tenían unos 200 en México y los dominicos unos 60 en Perú. Algunos eran para hijos de caciques, como el de Santa Cruz de Tlatelolco, fundado en 1536, que llegó a contar con mil alumnos y sirvió de modelo para otros de Puebla, Bogotá, Quito, Lima, etc. El de San Juan de Letrán (1547) era para mestizos. Más utilidad tuvieron los colegios para la formación profesional de los naturales. El primero lo fundaron los franciscanos en México. Allí se enseñaban oficios de sastrería, zapatería, herrería, carpintería, etc. Idéntico sentido tuvieron los hospitales-pueblos fundados por Vasco de Quiroga.
Para la educación de niñas y jóvenes pidió Hernán Cortes en 1524 el envío de religiosas. Tres años después, llegaron a México las primeras 16 maestras. Franciscanas y dominicas colaboraron mucho en esta labor, admitiendo en sus conventos educandas. Entre los colegios femeninos destacaron los de Yanquillán (Santo Domingo, 1540), Bogotá y Lima (1552), y el de María Jesús (México, 1578). Se enseñaba lectura y escritura, además de religión, moral, costura, bordado y canto.
En cuanto a la enseñanza superior, se hizo en los Colegios Mayores y Universidades, abiertos en principio para indios y mestizos y muy pronto reservados únicamente a los criollos. La causa de esta restricción (ampliamente violada, como todas las leyes) no puede ser otra que evitar el acceso de los mismos a una titulación que les permitiría ocupar luego cargos públicos, patrimonios y privilegios de los blancos. En los Colegios Mayores se impartían enseñanzas menores, excluidas de la Universidad. Funcionaron en régimen de internado y sobresalieron el Colegio Real de San Martín de Lima, que siguió el modelo de los de Salamanca y Alcalá de Henares, y el Real de San Felipe y San Marcos, que se rigió por el de Santa Cruz de Valladolid. Las Universidades fueron creadas para los criollos, ya que para ingresar en ellas se exigía la limpieza de sangre. Los españoles llegaban ya titulados de la Península, si eran funcionarios, o no tenían el menor interés en graduarse en nada, si eran emigrantes. Resultó, así, que las universidades tuvieron la función exclusiva de preparar a los criollos para acceder a la burocracia administrativa indiana, lo que no deja de ser una paradoja. Las universidades fueron de dos clases: oficiales y religiosas. Las primeras se llamaron también Universidades Mayores y fueron dos, las de México y Lima, creadas en 1551. Tenían la exclusividad en los grados (los cursos realizados fuera de ellas debían contar con su aprobación) y tutelaban los otros estudios superiores realizados dentro de su demarcación. Las religiosas o menores surgieron al amparo de algún colegio o convento y fueron usualmente dominicas o jesuitas. Para su funcionamiento necesitaban el doble placet del Papa y del Rey. Sus modelos eran Salamanca, Alcalá de Henares y Valladolid. Durante el siglo XVI, se crearon las de Santo Domingo (primera de todas, en 1538), la Imperial de La Plata, Santiago de la Paz, y San Fulgencio en Quito. Durante el siglo XVII, se fundaron una universidad Real y Pontificia, que fue San Carlos en Guatemala, y las menores Javeriana y Santo Tomás en Santa Fe de Bogotá; San Gregorio y Santo Tomás en Quito; San Antonio en Cuzco, San Francisco Javier en Chuquisaca y la de Córdoba. Los jesuitas realizaron una enorme labor en este aspecto. Al comienzo, las universidades contaron sólo con facultades mayores de Teología y menores de Artes o Filosofía (otorgando los tres grados de bachiller, licenciado y doctor), pero luego se añadieron las de Cánones, Leyes o Derecho Civil y Medicina. Las cátedras solían cubrirse por oposición y las graduaciones se efectuaban con un complicado ceremonial similar al peninsular. Las universidades indianas tuvieron los mismos defectos que las españolas, pero en tono mayor: falta de dotaciones de cátedras, un profesorado de dudosa competencia, escasas bibliotecas, enseñanza memorística y escasa preocupación por la actualización de los saberes, especialmente los de tipo utilitario.